Es un hecho, la explotación internacional de la celebración por el Día de Muertos ha sido un éxito desde hace 6 años que inició con el Desfile -que nos heredó la película Spectre de la saga 007- y eso es evidente no sólo por el beneficio económico, también por la llegada de turistas extranjeros que llenan las calles del centro y que abarrotan los hoteles de la capital en esta temporada.
Es tal la cantidad de dinero que dejan estos magnos espectáculos que lo menos que podría hacer el gobierno de la ciudad es mantener el orden y la seguridad, lamentablemente es común que pese a tener ese potencial los viajeros se vayan con un mal sabor de boca después de ser robados, abusados o acosados por prestadores de servicios. De esta actitud no se salvaron ni siquiera los pilotos de la Fórmula 1.
Que todo el mundo conozca esta tradición, es una gran noticia para el país, sin importar si para ello es necesario “edulcorar” la tradición a través de un desfile que sea más digerible para otras culturas. Sin embargo, las raíces de esta celebración corren el riesgo de morir ante la espectacularidad y la gentrificación.
El pasado sábado intenté ir a Mixquic y me enfrenté a tres horas de camino desde la zona poniente de la ciudad, sin indicaciones, a través de un camino lleno de baches y sin iluminación. Aunque el plan principal era ir a este pueblo originario de la Alcaldía Tláhuac, únicamente pude llegar hasta el pueblo de Santa Cecilia, y disfrutar del paisaje de los sembradíos de cempasúchil que por sí solos son una belleza.
Es difícil entender que la doctora Claudia Sheinbaum, y los titulares de las dependencias que encabeza, no procuren estas tradiciones y enfilen sus baterías hacia el desfile y otros eventos más generales como la instalación artísticas en Chapultepec, sobre todo considerando su formación y el apoyo a los pueblos originarios.
Sin el apoyo gubernamental las tradiciones, incluso algunas que sobrevivieron a la conquista y a las olas de opresión sistemática, se enfrentan a una resistencia férrea y un choque de culturas. Nuestra cultura es fuerte pero no es invencible y es obligación de todos cuidarla.
Claro que los ciudadanos no tenemos la posibilidad de iluminar las calles o mejorar los baches pero sí podemos mantener las ofrendas, escuchar a nuestros viejos, documentarnos e instruir a nuestros hijos.